Comentario
Tras la mención de estos antecedentes familiares se entiende que Juan de Villanueva fuera el único de la segunda generación de neoclásicos españoles sin dependencias discipulares vinculables al taller de un arquitecto de la anterior. Esa vinculación sólo hubiera sido posible con su hermanastro y en todo caso desde una influencia teórica de éste. Sin embargo, todo parece indicar que Diego, veintiséis años mayor que Juan, preparó la aptitud, condujo el talento, aconsejó el pensionado en Roma y diseñó la carrera académica del menor de los Villanueva.
Efectivamente, su época de estudiante está jalonada por los primeros premios -en 1754, 1756 y 1757- de las tres clases que había que cumplir; tras el último es nombrado delineador de la obra del Palacio Nuevo a las órdenes de don Diego. Sin embargo, este hecho no aquieta su posición; al año siguiente gana una plaza, en la primera convocatoria de la Academia con método y programa, para continuar estudios en Roma, ciudad en la que se encuentra desde enero de 1759 a octubre de 1764, casi seis años de pensionado tras los cuales, urgido por la enfermedad de su padre, regresa a Madrid pasando por Nápoles y visitando Pompeya, Herculano y Paestum, consciente del significado de aquellas ruinas para el conocimiento de la arquitectura de los antiguos.
Es usual, al estudiar a Villanueva, otorgar a su pensionado romano una importancia notable en la búsqueda de antecedentes que expliquen lo que será su obra posterior. La estancia de Villanueva en Roma es un cajón de sastre en el que caben todas las especulaciones posibles; fueron seis años de los que tenemos escasas noticias documentales y una corta colección de trabajos académicos con los que no podemos llenar satisfactoriamente sus horas de estudio. La Roma de Piranesi, que a Villanueva le fue dado conocer, contaba con otras presencias accesibles, estudiantes de la misma edad que nuestro futuro arquitecto, que tenían en común su interés por la ciudad de las ruinas y la lengua toscana como medio de expresión; todos pasearon los mismos paisajes, durante los mismos años y con la misma ambición.
Por ejemplo, el inglés George Dance (1741-1825), en Italia entre 1758-65, fue medalla de oro de la Academia de Parma en 1763, un año antes de que Villanueva ensayara ese mismo concurso sin un resultado tan halagüeño. El francés Jean-François Chalgrin (1739-1811), en Italia entre 1759-63, discípulo de Boullée y coetáneo riguroso de Villanueva en las dos fechas que enmarcan sus vidas, proyectó en 1764 la iglesia basilical de Saint-Philippe-du-Roule, construida en París entre 1772-84, tan vinculable a los tipos basilicales que Villanueva proyecta en Madrid más tardíamente.
Después de Roma, el período de estudio de Villanueva todavía se mantiene en el viaje que realiza, entre 1766 y 1767, junto a Juan Pedro Arnal (1735-1805), que llegaría a ser "uno de los arquitectos más eruditos de su tiempo" según el erudito Ceán, y a las órdenes ambos de José de Hermosilla (muerto en 1776), para dibujar las obras de antiguos y modernos en Córdoba y Granada, con una intención menos arqueológica que inductora del interés por una arquitectura histórica desde su recreación proyectual.
Con tal bagaje Villanueva es nombrado, en 1767, académico de mérito de San Fernando. En 1768 es nombrado arquitecto del Monasterio de El Escorial, empleo que acepta, según sus propias palabras, "... por la proporción que le trae de perfeccionarse en su profesión estudiando en aquel insigne edificio y en su copiosa biblioteca". Con ello Villanueva no hace sino mantener viva la atención sobre su prolongada voluntad formativa eligiendo, después de Roma y estando ya graduado, el mejor lugar de nuestro suelo en el que otra arquitectura histórica ejemplar le permita un nuevo avance en su educación y aprendizaje del Arte, marcando así todo el desarrollo posterior de su obra.
El período de formación del arquitecto abarca, por tanto y redondeando fechas, los años de 1750 a 1770. Otro período posterior le sirve para desarrollar lo mejor de su obra entre 1770 y 1795. En cada uno de estos intervalos Villanueva cumple con todas las expectativas que sus antecedentes familiares, su independencia discipular, sus estudios y su talento artístico hacían esperar. Quedan alejados de esa última fecha los proyectos para Madrid del Cementerio General del Norte (1804), de un Lazareto de curación (1805), no construido, y de reedificación del Teatro del Príncipe (1805) y otro para la reedificación también de la iglesia de El Pardo (1806); pero incluso sin tales obras, todas hoy inexistentes, la celebridad y trascendencia de su arquitectura permanecerían intactas.